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¿Existe una Sexualidad Femenina?

¿Existe una definición sencilla sobre la sexualidad femenina? ¿Alguna vez te has planteado qué significa para ti?

Cris Planchuelo

Existen, más bien, las sexualidades femeninas igual que existen las sexualidades masculinas. Y es necesario hablar así, en plural, porque cuando lo hacemos introducimos un valor fundamental: la diversidad. Todos somos diversos, y la peculiaridad es parte de nuestra esencia como seres humanos. Olvidarnos de esto, de nuestras singularidades, es una fuente de problemas. De hecho, la mayoría de lo que llamamos “dificultades sexuales” son consecuencia de un intento heroico de ajustarnos a un modelo –que ya es casi una doctrina– que nos dice qué debemos desear, hacer o sentir, cómo, cuánto, cuándo, con quién, en qué partes del cuerpo, para qué… Esta tácita imposición es tan absurda como pretender que solo hay unas pocas maneras de disfrutar de un cielo estrellado o de degustar la dulzura de un mango.

Y sí, existen las sexualidades femeninas como existen las sexualidades masculinas. Es decir, hay modos masculinos y modos femeninos, pero ambos se dan en líneas generales y de una manera flexible y dinámica llena de matices y personalizaciones. Flexible, porque lo masculino y lo femenino no son dos compartimentos estancos sino los extremos de una línea continua y sinuosa como un meandro en la que ambos se aproximan, influyen y enriquecen constantemente. Dinámica, porque esos modos cambian a lo largo de la biografía de cada uno de nosotros. Y personal y matizada porque cada ser humano le da su toque en los distintos  momentos de su vida. Y ese es el encanto.

Existen las sexualidades femeninas, y por eso tiene sentido reflexionar y debatir sobre ellas. Más que nada, porque durante casi toda la historia de la Humanidad, y sin duda en los últimos 2000 años cuya estela todavía nos afecta, no se ha hablado sobre la sexualidad de las mujeres. Como si fuera algo inexistente. Pero no ha parecido importar esa invisibilidad, ya que durante milenios ha dominado (y continúa haciéndolo) un modelo erótico que tiene como única referencia la sexualidad de los hombres: sus deseos, sus ritmos, sus prácticas, sus momentos, sus lugares, sus estilos, sus rituales… Las mujeres, se pretendía, no deseamos. Por tanto, ¿qué sentido tenía implicarnos en cuestiones sexuales? Con que nos limitáramos a complacer a los hombres parecía suficiente. Nosotras también lo creíamos.

Pero llegó el siglo XX y con él la modernidad del sexo femenino. Descubrimos que las mujeres (hasta el momento, limitadas al papel de deseables) también deseamos. Queríamos “tener sexo”. ¡Queríamos excitarnos, conseguir orgasmos, pedir placer, buscar los encuentros! Estábamos a mediados del siglo y estrenábamos inquietudes de igualdad. Pero esa igualdad se nos vino un poco en contra porque, carentes de referencias sobre nuestros modos de ser sexuales, nos dedicamos a imitar a los hombres. Y la liberación se quedó en algo así como follar lo más posible y tener muchos coitos y exigir infinidad de orgasmos. Es decir, nos comportamos como lo habían hecho los hombres hasta el momento, y a menudo lo hacíamos sin demasiada satisfacción. Ese no es nuestro estilo.

Tras décadas de imitar un modelo masculino, las mujeres hemos emprendido un nuevo rumbo: descubrir nuestra propia singularidad, dar con el genuino modo de vivir nuestras sexualidades sin modelos rígidos. Acabamos de empezar este descubrimiento, y el recorrido promete aventuras y emociones. Estoy segura de que, en nuestro camino, encontraremos la complicidad de los hombres; ellos también nos necesitan libres.  Y nuestra libertad, lo saben, será también la suya.

© L’Erotheque. Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.

Cris Planchuelo
Por Cris Planchuelo

Periodista y sexóloga. Profesora de periodismo sexológico. Autora del libro: El club del Daiquiri  El increíble caso del apóstrofo infiltrado: Y otros crímenes contra la ortografía española. Foto: @rojofoto.es