Sucede con más frecuencia de lo que imaginamos. Él llega una tarde cualquiera con una propuesta que ha estado madurando en silencio: «¿Y si probamos algo diferente?». Ella escucha, asiente, quizá incluso se entusiasma con la idea de explorar nuevas formas de vincularse. Pero cuando la conversación termina, es ella quien se queda despierta buscando en Google «cómo abrir una relación sin que se rompa», quien agenda la cita con la terapeuta, quien propone la lista de acuerdos y límites. Él propone la aventura; ella diseña el mapa de ruta.
Esta escena, repetida en miles de hogares, tiene ahora nombre y datos que la respaldan. Un análisis reciente elaborado por Ginger Mentoring, especialista en acompañamiento sexoafectivo en el mundo de las relaciones libres y el ámbito liberar, ha identificado una paradoja tan reveladora como preocupante en el ámbito de las relaciones no monógamas: los hombres lideran el deseo de abrir la relación, pero son las mujeres quienes asumen la responsabilidad de que ese proceso sea seguro, ético y sostenible en el tiempo.
El deseo masculino sin manual de instrucciones
Los números no mienten. En el universo de las consultas profesionales sobre no-monogamia, los hombres en pareja son quienes primero verbalizan el deseo de explorar el mundo liberal. La motivación, según el informe, es principalmente sexual: hay curiosidad, fantasía, ganas de experimentar. Lo que a menudo falta es la conciencia sobre la dimensión emocional y comunicativa que implica semejante decisión.
«El deseo de cambio lo expresa el hombre, pero el compromiso con un proceso seguro, ético y emocionalmente sano lo asume la mujer», explica Ginger Mentoring, quien lleva años acompañando a personas y parejas en este territorio. La frase condensa años de observación: ellos quieren la experiencia, pero delegan el «cómo» y el «cuándo» en sus parejas.
Incluso cuando exploran en solitario, los hombres muestran una mayor propensión a lanzarse sin asesoría previa, como si la gestión emocional fuera un trámite burocrático opcional y no el cimiento sobre el que se construye cualquier relación no monógama saludable.
El trabajo invisible de cuidar el vínculo
Mientras tanto, del otro lado de la ecuación, las mujeres hacen lo que llevan haciendo en las relaciones desde siempre: sostener. El análisis revela que son ellas quienes más buscan información y acompañamiento profesional, movidas por una necesidad visceral de seguridad, límites claros y trabajo previo de autoestima. Antes de dar cualquier paso, quieren saber que el terreno es firme.
Y no solo en pareja. Las mujeres que exploran la no-monogamia en solitario también lideran la búsqueda de asesoría para abordar celos, inseguridades y dudas internas. Priorizan los acuerdos, la comunicación transparente y el cuidado del vínculo, mostrando mayor receptividad a sostener el proceso en el tiempo, incluso cuando resulta incómodo o doloroso.
En otras palabras: ellas no solo caminan el camino, sino que también dibujan el mapa, revisan las señales y llevan el botiquín de primeros auxilios emocionales. Una vez más, el trabajo invisible del cuidado recae sobre los hombros femeninos.
La brecha que nadie quiere nombrar
Esta diferencia en la gestión emocional no es solo una curiosidad sociológica. Es un espejo incómodo de dinámicas de género que creíamos superadas pero que siguen operando incluso en los modelos relacionales más progresistas. Las relaciones abiertas, el poliamor y otras formas de no-monogamia se presentan como alternativas liberadoras, horizontales, igualitarias. Sin embargo, cuando observamos quién asume la responsabilidad de que esa libertad no se convierta en caos, la respuesta es dolorosamente predecible.
«Esto plantea un desafío urgente para los profesionales: necesitamos estrategias que involucren activamente a los hombres en la responsabilidad emocional y comunicativa que requiere la no-monogamia consensual», advierte Ginger Mentoring. Porque, como señala el análisis, la métrica más relevante en salud mental sexoafectiva no es quién desea la apertura, sino quién se compromete con el proceso de hacerla viable.
¿Y ahora qué?
La pregunta que este análisis deja flotando en el aire es inquietante: ¿puede una relación abierta ser verdaderamente libre si la carga de sostenerla sigue siendo desigual? ¿Es posible hablar de exploración consensuada cuando una de las partes propone y la otra se encarga de que la propuesta no termine en catástrofe?
Quizá lo más revolucionario de las relaciones no monógamas no sea la apertura en sí misma, sino la posibilidad de redistribuir el trabajo emocional que las sostiene. Porque el verdadero desafío no es atreverse a explorar, sino atreverse a hacerlo con responsabilidad compartida, con presencia y con la valentía de mirar hacia adentro antes de mirar hacia afuera.
Mientras tanto, en algún lugar, una mujer está buscando en internet «cómo comunicar límites en pareja abierta» mientras su compañero duerme plácidamente. Y esa imagen dice más sobre el estado de nuestras relaciones —abiertas o cerradas— de lo que cualquier estudio podría revelar
Para más información sobre acompañamiento en relaciones libres y no-monogamia consensual: gingermentoring.com
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