La masturbación no es como la guarnición del solomillo, eso que está ahí por si nos hemos quedado con hambre, el consuelo para las insatisfechas, la hermana pobre del banquete. No: la masturbación es todo un menú degustación, algo valioso en sí mismo para que quien quiera lo disfrute a su gusto y en la cantidad que le apetezca.
Masturbarse es una manera de empezar a familiarizarse con algunos aspectos del juego amoroso.A solas, sin presiones ni expectativas, sin rendir cuentas a nadie…Así es mucho más fácil aprender a dejarse llevar. Es el comienzo de la larga aventura que supone descubrir el propio cuerpo (con su gran aliada, la imaginación) y sus variadas fuentes de placer. Desde ahí, el encuentro con el otro puede ser una sencilla continuación que no nos inquiete tanto como podríamos pensar. Sobre todo si somos novatos en esto de compartir intimidades.
Masturbarse en pareja es, por otro lado, un festín de caricias que actúa como alternativa a la penetración. Y eso puede distender mucho el ambiente en la cama. Porque el coito no siempre es lo más apetecible. Ni siquiera lo único posible. En ocasiones es, precisamente, lo que no queremos hacer. Porque duele. Porque nos da miedo. Porque no nos gusta. Porque no nos proporciona el placer que esperamos. Porque no hay suficiente lubricación o erección. A veces, incluso, porque pensar en él hace que todo se vaya abajo, y la masturbación nos permite continuar con nuestro diálogo amoroso hasta donde este nos lleve, sin ningún guion pre-escrito.
Masturbarse en pareja para avanzar en el encuentro mucho más relajados, sin metas preestablecidas, y deleitarse en cada momento de esa intimidad cargada de posibilidades. Masturbarse en pareja después del coito porque con él no conseguimos el orgasmo, y alguno de los dos quiere tenerlo… o regalarlo. Masturbarse porque queremos excitarnos más después de habernos excitado mucho.O porque ya queremos dejar de estar excitados. O porque nos gusta contemplar la entrega del otro. O porque se nos va la mano sin querer…
Masturbarse porque sí, porque está ahí y no hace daño a nadie. Porque es gratis, porque es algo privado, porque estás excitada y nadie te acompaña. O no masturbarse nunca. Porque no, porque no te gusta, porque no te parece bien, porque solo te excita la presencia del otro. Porque nunca se te ocurre.
Masturbarse, al fin y al cabo, es como un buffet libre: una cuestión de ganas, un acto de libertad. Y el hambre, como la libertad, no se impone. Es imposible hacerlo.
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