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Yo orgasmo, Tú Orgasmas, Ella Orgasma

Todas las mujeres estamos, pues, anatómicamente hechas para orgasmar sin límites. Entonces, ¿por qué no parece que sea así?

Cris Planchuelo

Para que hombres y mujeres tengamos orgasmos solo existe un requisito: que nos excitemos mucho. En ocasiones pensamos que la presencia del otro, a quien deseamos, debería ser un estímulo suficiente para excitarnos. Pero la verdad es que no tiene por qué serlo ya que la excitación es un mecanismo complejo en el que juega una constelación de elementos. Por tanto, cuando conseguimos llegar al orgasmo es, simplemente, porque hemos congregado esas caricias, situaciones, fantasías, sensaciones, palabras, olores, miradas, emociones… que tanto nos excitan. Los orgasmos no miden, pues, el grado de deseo, de amor o de lo «liberados» que estamos. Los orgasmos solo nos dicen «qué tino has tenido en tu estimulación».

Paradójicamente, la obsesión por el orgasmo nos aleja muchísimo de él. Nos desvía de otros placeres presentes en el encuentro que, si les prestáramos atención,  actuarían como poderosos estímulos. Esos breves aunque intensos momentos de disfrute genital se han convertido, parece, en una obligación. Y las obligaciones nos impiden disfrutar de los deseos.

En términos generales, podemos decir que la mayoría de los hombres son más «rápidos» en excitarse que la mayoría de las mujeres. La excitación femenina tiende a depender más del escenario en el que nos hallamos antes y durante el encuentro: llegamos a la situación con una carga emocional poderosa, lo que hace que el proceso sea más complejo y difuso. Y la complejidad requiere sus tiempos. En la mayoría de los hombres, mucho más centrados en las sensaciones de sus genitales, esto no sucede precisamente así.

Por otro lado, la anatomía genital de las mujeres y de los hombres muestra apreciables diferencias que influyen en los tempos de la excitación física. En la erección masculina interviene un solo mecanismo: la congestión de la sangre en el pene, que se completa en de tres a cinco segundos. La femenina tarda unos veinte minutos en producirse ya que implica, además de ese cúmulo de sangre, una gran congregación de otros fluidos en una amplia zona, y la acción de ciertos músculos. Es imposible acelerar este proceso físico, y además es muy fácil que se interrumpa debido a su duración, por lo que para alcanzar cierta sincronía es preciso que los hombres se adapten a él. Pero muchas de nosotras, en nuestro deseo de complacer a nuestros amantes, aceleramos el proceso… y acabamos fingiendo un orgasmo porque no nos damos tiempo a que llegue de verdad.

Todas y todos queremos mejores orgasmos. Foto: Shutterstock.
Por lo general, el orgasmo femenino dura más que el masculino. Foto: Shutterstock

El orgasmo vaginal que se inventó Freud es una imposibilidad biológica, ya que el clítoris no tiene conexiones nerviosas, musculares ni vasculares con la vagina, aunque sí con los labios vulvares. De manera que si el clítoris y sus aledaños no reciben la atención que necesitan (y casi nunca la reciben durante la penetración), es difícil que produzcan orgasmos. No lo es mediante la masturbación, en la que podemos sentir orgasmos que nacen en el clítoris y rápidamente se extienden en sus prolongaciones internas albergadas en nuestros genitales. Sin embargo, durante toda la cópula el pene es íntegramente estimulado.

Por regla general, los orgasmos femeninos duran el doble que los masculinos. A ellos se les terminan después de tres o cuatro contracciones vigorosas –durante tres o cuatro segundos– y algunas poco intensas; los nuestros se inauguran con ocho y hasta quince contracciones potentes y pueden durar hasta seis segundos. Poco tiempo en ambos casos, tal vez, pero placentero y significativo.

Las mujeres, cuando recibimos una estimulación eficaz (física o no), podemos experimentar cinco o seis orgasmos en varios minutos. Es importante destacar que esa posibilidad de encadenar varios orgasmos la tenemos todas las mujeres debido a nuestra anatomía: tras un orgasmo, la sangre y los líquidos acumulados en zonas estratégicas de nuestros genitales se vacían, pero el sistema hace que, si la estimulación adecuada se mantiene, se llenen de inmediato. Y esto sucede cada vez que se produce un orgasmo. De manera que, si no fuera por el cansancio físico, nuestra capacidad para concatenar orgasmos intensos es literalmente ilimitada. Los hombres no consiguen este rellenado instantáneo.

Eso sí, y esta es otra diferencia entre la anatomía masculina y la femenina: para que las mujeres mantengan la excitación es imprescindible que la estimulación no decaiga en ningún momento. Esto no les pasa a ellos, para quienes las interrupciones suponen un pequeño descenso en su excitación mientras que para nosotras son una caída en picado. Como asegura la sexóloga Valérie Tasso,»si algo suele requerir el orgasmo, especialmente el femenino, es serenidad y concentración».

Todas las mujeres estamos, pues, anatómicamente hechas para orgasmar sin límites. Entonces, ¿por qué no parece que sea así? Posiblemente, la razón está en la enorme ignorancia que existe en torno al placer femenino y sus exigencias físicas, sensoriales y emocionales. Para sortear este escollo, un buen comienzo sería que cada una nos preguntáramos ¿y a mí qué me excita de verdad? Y ponernos manos a la obra.

© L’Erotheque. Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.

Cris Planchuelo
Por Cris Planchuelo

Periodista y sexóloga. Profesora de periodismo sexológico. Autora del libro: El club del Daiquiri  El increíble caso del apóstrofo infiltrado: Y otros crímenes contra la ortografía española. Foto: @rojofoto.es